Fui a un club BDSM y aprendí esto
Porque cuando eres escritora nunca sabes dónde puedes acabar para documentarte.
No, el título no es clicbait, puedes seguir leyendo.
Antes de terminar el tercer libro de Proyecto Esmeralda comencé a escribir una historia porque estaba muy estresada (sí, otra más, porque tres nuevas y una trilogía no son suficientes). La historia en cuestión es una comedia romántica un tanto episódica. En ella quería hacer un slowburn con algo de spicy, pero los personajes decidieron que esa pizca de picante escalase a niveles insospechados.
No contentos con esto, ambos han resultado salirme bastante kinkis.
—¿Qué es Kinky? —me preguntas.
El kink es el uso de prácticas, conceptos o fantasías sexuales no convencionales. El término deriva de la idea de una «desviación» en el comportamiento sexual de un sujeto. Y el sujeto en cuestión es el Kinky. Supongo que en español es lo equibalente a una persona fetichista.
Claro, entre estas prácticas no convencionales se encuentran muchas que beben directamente del BDSM. No sé por qué, pero a mí siempre me han gustado las cuerdas y las inmovilizaciones, así que decidí incorporarlo a la novela (de forma completamente involuntaria). El problema es que sé bastante sobre inmovilizaciones (because kenpô, judo y aikido), pero muy poco sobre cuerdas y nudos.
Hice lo que cualquier persona normal haría en mi situación: comprar diez metros de cuerda, ver tutoriales y atarse en su casa (los gatos están encantados). Porque no es lo mismo escribir de forma hipotética cómo se siente que te abrace una cuerda que saberlo de antemano. Claro, hay cosas que una escribe y preferiría no experimentar nunca, como una puñalada, pero atarse en casita con la seguridad de que otra persona puede soltarte pues es bastante más seguro que un cuchillo en el vientre.
El caso es que después de hacer mis primeras ataduras decidí buscar si por mi ciudad había algún curso de shibari. De forma muy escueta, el shibari son ataduras con nudos estéticos. Quiso la casualidad que no muy lejos de mi casa resulte haber un club de una asociación BDSM que justo ese fin de semana organizaba un taller y exhibición de shibari, así que me puse en contacto y fui.
Antes de nada me preguntaron cuál era mi relación con el BDSM. Claro, yo respondí con sinceridad porque mantener mentiras es agotador y las evito todo lo que puedo, así que dije que me estaba documentando para una historia y había leído e investigado sobre el tema. Sinceramente, creí que me iban a mandar a la mierda, pero para mi sorpresa me permitieron unirme.
Tuve que cubrir una ficha que, entre los datos convencionales, también incluía mi rol. Supuse que tanque o support no eran opciones en este contexto, así que lo dejé en blanco y no hubo quejas al respecto por parte del boss; todo bien.
Confieso que al principio estaba nerviosa. Iba sola, iba a estar rodeada de desconocidos con cuerdas en una mazmorra repleta de instrumentos de tortura en un sótano. Mis nervios no provenían de creer que esta gente me iba a hacer algo chungo; me he informado lo suficiente sobre el tema como para saber que el consenso es importante para los practicantes de BDSM. Mis nervios provenían de un insistente “¿qué coño hago yo aquí?”, que la parte más despreocupada de mi persona cubría con un “pues aprender shibari, obvio”. Y era verdad, había acudido para eso; sin embargo, la cama de tortura, la picota y algún que otro objeto puntiagudo me susurraban que yo y mis constantes preguntas no debíamos estar en esa mazmorra, porque las mías son del tipo en las que hay dragones y dados, no amos y sumisos.
Soy el tipo de persona que siempre cree que sobra en todas partes, que se cree que es una molestia e incomoda a los demás (porque sé que en muchos casos es así), por lo que me esforcé mucho por aplacar mis impulsos de gata curiosa y contenerme de la mejor manera que supe para que el taller se desarrollase sin mayores contratiempos, porque estoy segura de que la dómina y el sumiso que estaban conmigo en la clase para principiantes de las cuerdas no estaban ahí para escuchar explicaciones sobre cosas que ya sabían.
—Rea, déjate de rollos, ¿qué fue lo que aprendiste?
No seas impaciente, a eso iba.
Cositas que aprendí en la mazmorra sin dragones:
Las personas sumisas son como perros que idolatran a su amo. No lo digo con nigún tipo de conotación negativa, adoro a los perros y los respeto más que a la mayoría de personas.
No entiendo la mente de las personas sumisas, pero las respeto mazo porque ya he dicho que son como perritos.
Cuando vas a atizarle a alguien con una vara, no debes agarrar la vara por el final.
Los floggers trenzados a mano son muy monos. Me he enamorado de uno blanco que tenían ahí.
Se pueden hacer dibujos sobre la piel de la gente con cera de velas y a fe mía que voy a intentarlo.
Si ves una camita para perros en uno de estos sitios, no es porque alguien suela traer a su compañero no humano al local.
La cuerda de algodón no vale para colgar a alguien de una viga o del techo (nadie resultó herido).
Sabes a lo que vas, pero no lo que vas a ver dentro.
Esta gente son como cualquier otro tipo de friki: les preguntas por su afición y le brillan los ojos. Me pasé más tiempo hablando que atando.
Atar mobiliario no está tan mal porque no se queja por mucho que aprietes.
Aun así, mejor si puedes ir acompañada; los muebles no cambian de postura a menos que estés dispuesta a pagarle otro a los dueños.
Es sorprendentemente fácil ignorar cómo azotan a alguien detrás de ti cuando estás concentrada en hacer nudos.
Algunas personas no ven en el BDSM una práctica o un juego, sino un modo de vida.
Hay muchas cosas que no entiendo y muchas otras que me llaman poderosamente la atención.
Cuando juegues con cuerdas, ten siempre a mano unas tijeras sin punta.
Lo importante de todo esto, aparte de la sabiduría sobre este submundo que ahora me acompaña y que seguiré explorando porque lo de las cuerdas me ha molado, es que ahora estoy un paso más cerca de poder convertirme en una amazona.
O en una Bruja de Umbra, todo depende. Si me dan a escoger, las habilidades y outfits de Bayonetta me parecen mucho más interesantes; eso de controlar tu pelo y vello a niveles absurdos y además invocar tacones gigantes aplastademonios, damas de hierro, ralentizar el tempo o convertirse en pantera me pesa mucho más que la superfuerza, los artilugios mágicos y volar.
¿Tú qué opinas?
Muy interesante tu relato. Y lo que más me gusta es el respeto. Hay cosas que no entiendes, pero lo respetas y así lo reconoces. Has abierto los ojos para conocer y entender. ¡Perfecto!
Me alegra que el título del post no haya sido clickbait. Por otro lado, admiro ese compromiso de ir a experimentar algo de primera mano para escribir sobre él o saber qué se se siente 🙌🏼