¿Escribir una obra maestra? No, gracias
Ser la autora del próximo Quijote o tener una casita con jardín. A mí ambas fantasías me parecen igual de lejanas.
Algunas personas del mundillo literario y escribicionil (y fuera de él también, porque la gente tiene culo y opiniones) consideran que no fijarse como meta profesional el escribir una obra maestra e inmortal de la literatura es ser poco ambiciosa como autora.
Amiga, mi meta máxima en la vida es estar tranquila, ¡a mí eso me parece muy ambicioso! Además, ¡¿te imaginas la cantidad de estrés y frustración que puede acarrear planear y escribir una supuesta obra maestra de la literatura?!
Cuando escribo lo hago, en primer lugar, para mí. Escribo porque quiero sacarme de encima toda la información que se acumula en mi cabeza cuando nace una nueva historia. Otras veces escribo porque quiero desahogarme o desnudar mi alma. Porque ante todo escribo por eso: por necesidad. No puedo dejar de hacerlo. Nunca he podido y estoy segura de que no podré a menos que me quede senil o vegetal (esperemos que no).
En segundo lugar escribo porque me gusta compartir. Porque espero que alguien llegue a mis historias y le aporten algo, ya sea unas risas, unas lágrimas o entretenerse un poco. Cuando publico no pienso “Esto revolucionará el mundo de las letras. Góngora estaría más que complacido”. ¡No! En todo caso pienso algo más cercano a “Ojalá le haga pasar un buen rato a alguien”. Y ya está. Y me parece un objetivo super noble, todo sea dicho.
Tan Slytherin para unas cosas y tan humilde para otras. Esa dualidad es parte de mi encanto, supongo.
En fin, que este post no tiene un propósito concreto, supongo que es de esos en los que simplemente me desahogo. Si has venido en busca de contenido de alto valor ya puedes dejar de leer. Hoy no vas a encontrarlo. No aquí.
Hoy solo quiero gritarle al mundo que ojalá mis historias motiven a alguien a seguir viviendo un día más. Y también quiero gritarle que ojalá todas mis preocupaciones en la vida fueran decidir qué oufit bonito ponerme para salir a pasear por la pradera y escribir en el campo con mi portátil conectado a un wifi mágico (el wifi en sí ya me parece magia, pero de mi relación con la tecnología y la ciencia mejor hablamos en otro momento).

¿Te parece una meta banal y poco competitiva? Está bien, tampoco es que me importen las opiniones de desconocidos (ni la de la mayoría de conocidos). Tampoco es que yo sea alguien competitiva. La competitividad gasta mucha energía y no me sobra, menos aún para algo como escribir una obra que terceras personas (casi seguro un grupo se señoros) decidirán si es lo suficientemente buena o no. ¡Es que imagina gastar energía y años de vida en esforzarte por algo que ni depende de ti! De locos.
Quizás he sido un poco tajante y borde. Si es así, si te he ofendido porque de algún modo crees que estoy insultando tu propósito de escribir una obra maestra de la literatura, pues lo siento. Siento que te lo lleves todo al terreno personal. Soy responsable de mis palabras, no de lo que tú interpretes. Y también estoy premenstrual mientras escribo esto, lo cual ayuda a darle un toque extra de acidez y bordería a mi carácter naturalmente antipático.
Si quieres alistarte en empresas dignas de los más grandes héroes del gremio de las letras adelante, pero que nadie espere que yo tome el mismo camino. Esta barda va por libre.
Gracias por esto. Sinceramente, no sé si en época de Cervantes, Góngora o Espronceda era tan importante ser famoso. Seguramente porque les dependía el comer, la reputación llevaba dinero. Pero esta idea de tener que triunfar sí o sí está inherente. Yo la he tenido, no la oculto. No por fama o por pasar a la posteridad. Me he visualizado con personas disfrutando de mi historia (mejor o peor escrita), sorprendiéndose y hablando de ella. Y eso me ilusiona. Pero eso, ilusión. Y a escribir. Que es un placer maravilloso.
Yo escribo porque necesito sacar de mi cabeza las ideas que tengo y porque disfruto mucho haciéndolo y quiero compartirlo por si a alguien le gusta. Jamás he pensado en dar el pepinazo ni en escribir algo trascendental que cambie la vida de nadie. Con que alguien lea algo mío y le sirva para entretenerse y evadirse un ratito, me doy por satisfecha.