En el centro de un laberinto de callecitas ruidosas de neón, había un estrecho acceso a un sótano que desaparecía entre las sombras contrastadas por las luces en la noche, envuelto en el olor de tabaco de pipa y papel viejo. A través de las paredes salpicadas de rosa eléctrico, se escuchaba la vibración contundente de un bajo y el repiqueteo de las teclas.
El portero abrió la puerta y el sonido de la reportera del televisor le dio la bienvenida con la noticia de una persecución que estaba teniendo lugar en la autopista que atravesaba el nivel superior de la ciudad. Lorna había visto varios coches patrulla y una furgoneta dirigirse hacia allí a toda velocidad, pero no era nada a lo que no estuviera acostumbrada.
Se acercó a la barra al ritmo frenético que marcaba la música, oteando las mesas redondas dispuestas en el pequeño local y su distinguida clientela, toda ella repleta de cabezas brillantes. El hombre alto al otro lado de la barra le señaló un cartel en cuanto Lorna se sentó en el taburete más central.
Derecho de admisión reservado. Sin calva no hay servicio.
La mujer se retiró el gorro de lana y lo guardó en su enorme bolso, revelando un cráneo simétrico y reluciente. El barman le sonrió.
—Es una buena calva. Muy lustrosa.
—Gracias.
—¿Afeitado o natural?
—Natural, señor. Alopecia temprana hereditaria.
—Ya, veo. Hay gente con suerte en este mundo. ¿Te sirvo algo?
—Solo un vaso de leche artificial destilada con cacao orgánico terrestre, por favor. Y con una pajita.
El hombre asintió y no tardó en servir la comanda. Lorna tomó el vaso entre sus manos y se paseó entre las mesas como una turista curiosa que no quiere molestar a les ciudadanes autóctones. Sorbiendo con suavidad, se aproximó a una mesa que llamó su atención y la de otres clientes que se habían apostado alrededor cuchicheando entre elles con asomo.
No tardó en percibir la tensión que se respiraba alrededor de aquella partida de cartas. La anticipación era tan palpable que Lorna comprendió que había sido su propia órbita la que la había dirigido a ella y a les demás hasta la mesa.
Hubo miradas fugaces e intensas entre les jugadores. Las pupilas viajaban estudiando el círculo de rostros semiocultos tras los abanicos de cartas. Sobre la mesa podían verse cubiertas carcomidas por el tiempo y papeles enmarcados, carpetas y amasijos de páginas hinchadas que alguna vez fueron un libro.
En medio de aquel cóctel de androginia, una mujer con gafas de sol, cuya mirada era demasiado sincera para el póker, abrió su bolso y puso otro libro sobre la mesa, uno en cuya portada rezaba Historia de O. Une juguedore silbó con asombro y hubo un intercambio breve de miradas y gestos de aprobación. El hombre frente a la mujer no vaciló cuando subió la apuesta y añadió una pareja de sobres, uno a nombre de Nikolái Aleksándrovich Románov y otro a Alejandra Fiódorovna Románova.
Une joven trajeade se llevó la mano a la calva de la impresión. ¡Cómo para no hacerlo!
Lorna miró el interior de su bolso. Ella solo había encontrado una colección de cuentos de Edgar Alan Poe y unas cartas de un tal Piotr Ilich Chaikovski a su alumno y amante. Ahí había mucho nivel, no podría competir con la edición de cantos pintados de Orgullo y Prejuicio o La Divina Comedia de Dante ilustrada. Incluso aquella versión escolar con anotaciones de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha que veía oculto tras Drácula y una carpeta con el nombre de Virginia Woolf le hacía sombra. Su edición de Poe apenas tenía cien años. Era más triste que la vida del propio autor.
Une anciane se echó a reír cuando llevó su mano a la bolsa de tela que descansaba a sus pies, bajo la mesa. El ejemplar que depositó estaba envuelto en un aura casi divina que parecía imbuido con luz propia. La sorpresa general fue mayúscula y varies clientes más se acercaron a contemplar el objeto de tal asomo; otres simplemente se volvieron desde sus posiciones con curiosidad.
Lorna se acercó un poco más. No podía creer lo que veían sus ojos. Jamás había visto nada igual. Había encontrado fotografías y escuchado historias, pero jamás había estado frente a un ejemplar maldito de la mismísima Joanne.
Harry Potter y el prisionero de Azkaban.
No podía ser. Ese loque… ¿Realmente estaba dispuesto a apostar una pieza así? Desde la cancelación de su autora por ser demasiado blanca y presunta transfobia, en tiempos antiguos, allá por 2022, cuando la gente todavía defendía o empuñaba ideas y conceptos tan limitantes y arcaicos como el género. El público descontento organizó hogueras comunales para quemar sus libros y muches intentaron boicotearla. La saga era un éxito en aquel entonces y las grandes empresas habían intentado modificarla, apartar a la autora de su propia creación… Pero, como todo el mundo bien sabe en la actualidad, no puedes separar al artista de la obra, porque sin artista dicha obra no habría nacido.
El odio hacia aquella mujer creció tanto que se volvió insostenible, así que decidieron borrarla, igual que habían borrado a un tal Elon Musk y a una familia entera apellidada Kardashian que a Lorna nunca le interesó demasiado. La historia de Joanne, sin embargo, siempre había despertado en ella una curiosidad morbosa y no podía evitar preguntarse por qué borrarla a ella por unos mensajes desafortunados en la red social del momento y no a personajes criminales como Donatien Alphonse François de Sade, Neil Gaiman o a Pablo Picasso.
Todos los jugadores lanzaron sus mazos sobre la mesa y se levantaron uno a uno mientras le anciane reía y abarcaba su increíble nuevo botín con sus bracitos.
Quizás Lorna no se llevaría ningún triunfo material a casa esa noche, pero ahora podía presumir de haber presenciado un pedazo de la historia antigua.
Volvería la semana que viene. Quizás en algún momento podría llegar a ver un primer ejemplar de Crepúsculo.